[Cuento] Humo

12:45



Acerca lentamente el porro a su rostro con movimientos ansiosos. Escucha el roce que provoca el cerillo contra la superficie de madera al ser encendido y el calor aumenta conforme ella acerca la mano a su cara. El churro ha quedado colgando en su boca y el fuego que ella tiene en sus manos se aleja una vez que el humo empieza a ascender.

Pierde su mirada en las espirales que forma el humo y el olor que despide el churro hace que sonría. La atmósfera a su alrededor queda viciada del penetrante aroma a marihuana.

Ella ríe y respira profundamente, siempre le ha gustado el olor. Le recuerda que la niña buena queda lejos en ese momento, y en cualquier otro si es que está él, muy lejos.

Da una onda calada, pone el porro entre sus dedos y lo aleja de su boca, ella lo toma antes de que él pueda hacer cualquier comentario y hace lo propio. Él ha cerrado los ojos y aún no ha dejado ir el humo, disfruta el sentir cómo es que viaja a sus pulmones y cómo lo va relajando poco a poco. Después de unos instantes lo deja escapar. Abre una vez más los ojos para observar las volutas que el humo forma.

Oye otra carcajada, una que dejó sus labios sin que él se percatara. Comienza a sentir el efecto, aunque aún no es suficiente. Ella coloca el porro en su mano y él vuelve a fumar; ha dejado la mirada fija en él, le encanta cómo es que fuma. Él sólo clava la mirada en la punta del churro, le gusta creer que con el fuego que consume la mota también se van los problemas que tiene. Y efectivamente, al poco tiempo son sólo el aroma, el humo, las manos de ella y su risa escandalosa, él y sus ojos vidriosos.

No siente el momento en el que ella ha acortado la distancia, sólo siente las hebras de cabello chocar contra sus mejillas y aspira el humo que ella exhala. Ella ríe junto a su oído y susurra algo que no llega a entender.

La toma de la cintura y la sienta en sus piernas, da una calada más y entierra la cabeza en la melena rojiza. Comienza a besar su cuello.

—Es como si fuera la primera vez.

—Pero no lo es.

—De algún modo sí.

—Déjalo ya, no lo es —gime.

—Tal vez, pero no será la última.

—Tenlo por seguro.

Una mano se cuela en las bragas de ella y los restos del porro quedan olvidados a un lado consumiéndose.


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